Le gustaba aquello que
permanece, todo aquello que perdura, lo eterno. Porque lo eterno es para
siempre y alberga las historias de aquellos que lo crearon y le dieron forma.
Las cosas permanentes siguen ahí, impertérritas ante el paso del tiempo, alegrando
con su presencia a todos cuantos quieran contemplarlas y disfrutarlas.
Aquel día el destino le
deparaba una sorpresa. Pensándolo más tarde se dio cuenta de que lo que aquella
tarde sucedió, tenía que suceder, porque ella era la persona adecuada.
Había quedado con sus
amigas, las de toda la vida, las que todavía lo son, amigas que también
permanecen, eternas. Eran jóvenes y solían salir todas las tardes a tomar café
y a hablar de sus cosas. Paseando por una de tantas calles se encontraron con
algo en su camino: un contenedor, unas bolsas y un montón de libros esparcidos
por el suelo.
Al principio no reaccionó,
le llamó la atención lo que vio pero siguió andando. Apenas unos segundos
después se dio cuenta de que no podía dejarlos allí. Pensó en las palabras que
ocultaban esos libros, palabras que permanecen, palabras eternas. Palabras que
contaban historias condenadas a desaparecer para siempre si alguien no hacía
algo para evitarlo. Ella era la persona que aquel pequeño tesoro esperaba, lo
sabía y actuó en consecuencia ante el estupor de sus amigas.
Volvió sobre sus pasos y se
agachó a ojear lo que a los pies del contenedor se encontraba. Sus amigas la
increparon, le dijeron que no cogiera nada, que parecía una mendiga, se
avergonzaban de ella, pero ella no escuchaba, ya estaba absorta y centrada en
lo que veía: libros que escondían aventuras inimaginables, palabras de
amor susurradas, traiciones, guerras perdidas y ganadas, vidas desconocidas a
punto de ser destruidas, eternas palabras que a punto estaban de dejar de
serlo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9BdRjMBGUDW3di3cmXL4QwLekxM6Ec2xcghTymf5dkEYTffxY82kXwSFk04_7543PFEBavZ37aB7bJhZWhXLj_42nuNMajFyvJby7EX8pSAb-909PaMCFFA_98zS_DUWeYlMs2V5brPM/s320/20130209_144348.jpg)
Sin dudarlo cogió la bolsa
y cargó con ella el resto de la tarde maravillada por su pequeño tesoro,
pequeño a los ojos de los demás y enorme para ella. Entre sus palabras
rescatadas descubrió con emoción la famosa obra “La Barraca” de Vicente Blasco Ibáñez en
una edición de 1953, y no pudo más que preguntarse “¿a quién pertenecería
este libro?, ¿disfrutaría de su lectura?¿ qué historias habrá despertado en su
imaginación?” pero sobre todo pensó en todas aquellas personas habían estado a
punto de perderse la maravillosa historia que escondía el libro si ella no lo
hubiera rescatado a tiempo, y por eso supo que hizo bien, muy bien.
Besos
PD. Espero que os haya
gustado la historia. Es
real, me pasó a mi cuando tenía unos 18 ó 20
años, no lo recuerdo muy bien. Lo que he querido transmitir es que jamás
hay que tirar a la basura un libro porque estarías destruyendo historias que
son eternas y permanecen en el tiempo, y además estarías privando a muchos
lectores de letras y sensaciones maravillosas.